Me quiero morir

"Me quiero morir" "no quiero seguir viviendo" "no quiero vivir de esta manera" "¿por qué seguir viviendo así?"

Según Platón los esfuerzos de la Medicina no deben gastarse en aquellos cuerpos que no estén sanos: “… establecerás en nuestra República una medicina y una jurisprudencia que (…) se limiten al cuidado de los que han recibido de la naturaleza un cuerpo sano y una alma bella. En cuanto a aquellos, cuyo cuerpo está mal constituido, se lo dejará morir, y se castigará con la muerte a aquellos cuya alma es naturalmente mala e incorregible”. Este filósofo griego (427-347 a.C) ya diferenciaba dos maneras de actuar, la ordinaria y la extraordinaria en cuanto a aquellos pacientes que por su enfermedad no van a "poder vivir".

Platón (Πλάτων)
En nuestra sociedad la muerte digna es un anhelo que cada vez se expresa más y aparece como una reivindicación de los pacientes. Y es que los enormes avances científicos ocurridos en los últimos 50 años han supuesto un cambio en la sociedad de tal magnitud que hace que los profesionales sanitarios revisen sus planteamientos individuales y también los colectivos en relación a cuestiones que afectan al ser humano. Tanto en el origen de la vida como en el final de esta se deben tomar decisiones racionalmente difíciles y se tiene que enseñar a los profesionales a valorar la trascendencia de esta problemática.

Utilizar la Bioética como instrumento formador para los profesionales de enfermería me parece fundamental, sobre todo si entendemos que nuestra profesión se desarrolla en equipos multidisciplinares y que por tanto, podemos dar una opinión cuando se produzca un debate moral.

Uno de los términos más empleados es el de futilidad. Según la RAE (Real Academia de la Lengua Española) este término es "cosa inútil o de poca importancia". Futilis es en latín lo contrario a utilis y por lo tanto fútil se identifica como lo inútil. Pero si unimos este término a otros como el de "extraordinario" el concepto en sí cambia. Por ejemplo, la ventilación mecánica en los años 60 era un tratamiento extraordinario, cuando a día de hoy es de uso diario en todos los hospitales modernos. Entonces hablaríamos de que un tratamiento que parecía fútil hace unos años ahora no nos lo parece y es el personal asistencial junto con el paciente el que tiene que determinar si un tratamiento u otro se torna innecesario o de poca importancia.

Si la valoración subjetiva de los profesionales y el paciente determina que un tratamiento es fútil podremos hacer frente a otro debate que es el de la limitación del esfuerzo terapéutico. En el mundo anglosajón se utilizan los términos withhold o withdraw para hablar de no iniciar o retirar un tratamiento respectivamente. Y es que el llamado "final de la vida" no es una simple meta a la que se llega de manera irremediable sino que hay que hablar de "muerte". Si entendemos que la vida es un proceso, el fin de la misma se tiene que entender como el último periodo de nuestra existencia y por lo tanto analizar las situaciones que rodean a la muerte de manera crítica ya que quizá, en este intento por ganarle la batalla, se haya terminado llevando al paciente a una situación de "encarnizamiento terapéutico".

¿Encarnizamiento terapéutico? Este término está quedando en desuso y cada vez se habla más de obstinación terapéutica, probablemente porque se presupone una cierta intencionalidad por parte de quien la efectúa. Quiero pensar que estas situaciones se dan por la presión que se sufre por parte de familiares, por evitar conflictos legales o por sobreutilizar las pruebas diagnósticas por falta de juicio clínico. No lo sé.

En mi opinión, el rol de enfermería en el contexto de la aplicación de la limitación del esfuerzo terapéutico no está bien definido y es por ello que se hace necesaria la realización de guías de actuación en cada unidad. Creo además, que es importante potenciar la figura de la enfermera como un integrante del equipo con un papel activo en la toma de decisiones sobre este parecer pero para ello debe estar formada y así poder analizar y abordar dilemas morales en este campo.

Sherwin Bernard Nuland (médico y escritor americano) dijo: "el día que yo padezca una enfermedad grave que requiera un tratamiento muy especializado, buscaré un médico experto. Pero no esperaré que él comprenda mis valores (…). Yo elegiré mi propio camino o, por lo menos, lo expondré con claridad de forma que, si no pudiera, se encarguen de tomar mi decisión quienes mejor me conocen. Las condiciones de mi dolencia quizá no me permitan “morir bien” (…) pero dentro de lo que está en mi poder, no moriré más tarde de lo necesario simplemente por la absurda razón de que un campeón de la medicina no comprenda quién soy”.

¿Qué opináis? ¡¡¡Espero vuestros comentarios!!!

@Ohihane

Comentarios

  1. Ahí va el mío para, en parte, contradecir la opinión del Dr. Sherwin Bernard Nuland.
    Hace un par de veranos leí, por sugerencia de una doctora, a Elizabeth Kübler-Ross, médico psiquiatra suizo-estadounidense. Su trayectoria profesional la condujo a vivir numerosas experiencias con pacientes que habían tenido una experiencia próxima a la muerte, habían visitado el otro lado y habían tenido la ¿fortuna? de regresar y, mejor aún, recordarlo para contarlo. Así que durante más de 20 años Elizabeth se dedicó a registrar minuciosamente esas experiencias y empezó a dar conferencias a algunos futuros médicos y a otros ya licenciados que ejercían plenamente su profesión.
    Pues bien. Una de sus teorías, que encuentro opuesta a la expuesta por Sherwin Bernard, es que las personas fallecen cuando han aprendido algo que estaban destinados a aprender y hasta que eso no ocurre no parten. Elizabeth Kübler-Ross argumentaba que si ante un diagnóstico de enfermedad traumática (léase, por ejemplo, cáncer) el paciente decide poner fin a su vida, podría estar impidiendo el aprendizaje de esa lección que supuestamente tenía que aprender.
    Personalmente soy algo escéptica respecto a esta tesis de Kübler-Ross -tendré que seguir rumiándola hasta que le encuentre algún sentido en mis largas noches de insomnio-. Pero también creo que la decisión de seguir a pesar del diagnóstico o parar a causa de él es total y absolutamente personal y está íntimamente ligada a creencias individuales.
    Por cierto, el libro era "La rueda de la vida" y recomiendo vehementemente su lectura. En él la autora establece un paralelismo entre las historias con los moribundos y su propia biografía. El libro, a pesar de lo delicado del tema principal que toca, está abordado desde una perspectiva aconfesional donde tienen cabida todos los credos, agnósticos y otros "a-"s (aconfesionales y ateos) inclusive.

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    1. Adriana, lo primero, gracias por comentar mi post. Eres la primera y me hace especial ilusión que seas tú.
      Respecto al tema, creo que lo que Nuland quiere dejar claro es que no quiere quedarse cosido a la vida con zurdido barato solamente porque un equipo sanitario se empecine en que debe ser así. El paciente debe poder decidir el cómo y el cuando en una circunstancia en la que no hay nada que hacer (y no hay que hacer porque el paciente y el equipo deciden que así sea). Supongo que Kübler-Ross podría estar hablando de cuestiones como la eutanasia que supone terminar cuando aún si quedaran cosas por aprender.

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  2. ¡Ah, la deontología profesional! Esa es la cuestión, mi querido Watson.
    Sospecho que más veces que no los médicos se sienten atrapados en el vórtice entre el juramento hipocrático, el respeto a la decisión del paciente y su propio impulso a priorizar la vida por encima de todo, a cualquier precio, a como dé lugar, aun a riesgo de que a veces se alcancen límites rayanos en la hilaridad por lo grotesco de las situaciones derivadas.
    Al igual que ocurre en otros campos profesionales -la justicia, sin ir más lejos-, las pautas morales y éticas de actuación precisa en situaciones límite ni existen ni ayudan cuando esas situaciones se dan. Incluso los propios protocolos de actuación proporcionan pautas aproximadas de qué hacer o cómo proceder, pero no dejan de ser una falacia cuando la realidad misma sale del papel y te golpea en mitad de la cara. Además, las directrices claras y directas en plan "haz" o "no hagas" coartarían nuestra libertad de decisión, algo intrínseco al ser humano.
    Pienso, por ejemplo, en el campo de la jurisprudencia, donde por mucho empeño que sus trabajadores -y otros muchos profanos en la materia- muestren en defender su equidad, su objetividad y su neutralidad, siempre exise un amplio margen a la libre interpretación de cada juez o acólito del gremio.
    Personalmente seguiré apelando al respeto y al sentido común, aunque sea el más común de los sentidos respecto al cual existe un desacuerdo generalizado.

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  3. En efecto Sherlock! Pero, por eso, porque dejamos que la moral gane a la razón, justamente por eso son importantes una mínimos bases sobre las que se asientes nuestra decisiones. Libertad en el ejercicio profesional, sí, claro, por supuesto, pero también garantías de que se cumplirán unos mínimos. Para eso son las normas, son mínimos que después se interpretan para aplicarlas a cada caso en concreto y ahí es donde se deja paso a que cada uno la leo con los prismáticos.

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