Sin palabras

¿Estás bien? ¿Todo bien? ¿Qué tal estás? 

Desde que tenemos uso de razón nos educan para que contestemos a estas palabras con un “estoy bien” “va todo genial” “no te preocupes, hablamos en otro momento” y vamos guardando y guardando lo que verdaderamente sentimos. Nos pasamos la vida atendiendo a recomendaciones de quienes ni siquiera nos comprenden: “tranquila, las cosas siempre pasan por algo”, “hay más peces en el río”, “no llores, no ha sido más que un rasguño”, “no pasa nada, tranquila”. 

A corto plazo creer que tienes fuerza para sobrellevarlo todo, negarte a llorar, hacerte la fuerte... es un mecanismo que nos resulta útil para no dejar brotar lo que llevamos dentro realmente. Seguramente hay un miedo irracional a afrontar unas sensaciones que mientras permanecen debajo de la alfombra nos resultan ajenas. 

Liberarnos de las correas que nos reprimen puede parecernos incluso peligroso, ¿y si me vuelvo loca?  ¿Y si lo estoy ya y aún no lo sé? Da miedo poner nombre a lo que nos atenaza, a lo que hace que los párpados tiemblen de miedo,  que las tripas griten de dolor, que la cabeza estalle de presión. 

Una situación de gran estrés es una forma de conocimiento propio, al final de la historia terminaremos sabiendo cuál es nuestro límite emocional y qué es lo que nos produce el tan ansiado equilibrio. 

Pero hasta que llegue ese momento seguiré buscando excusas para refugiarme en ti. 

@Ohihane 

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